El consumo de energía por habitante constituye uno de los indicadores más fiables del grado de desarrollo económico de una sociedad, algo que está íntimamente vinculado con el bienestar material. En este sentido, la demanda energética se asocia de forma generalizada con el producto nacional bruto de un país, con su capacidad industrial y con el nivel de vida alcanzado por sus habitantes.
Aunque desde ciertas perspectivas ecologistas se quiere negar la evidencia, es claro que existe una alta correlación entre consumo energético y toda una serie de magnitudes económicas, verificable tanto en el plano sincrónico como en el histórico. Desde la primera óptica se puede comprobar como un elevado porcentaje de la energía utilizada en el mundo es absorbida por los países desarrollados.
La correspondencia entre el nivel de vida y consumo energético se puede apreciar, asimismo, desde la perspectiva histórica, pues se pueden examinar las evidentes relaciones entre crecimiento económico e incremento de la demanda de energía. La explicación puede hacerse a través de los cambios estructurales que se suceden a lo largo de la historia económica de un país y, simultáneamente, considerando que dentro de las distintas actividades económicas existen enormes diferencias de consumo energético para obtener una unidad de producción.
Cuando un país empieza a avanzar por la senda del desarrollo su estructura económica se caracteriza por un predominio de las actividades primarias, a las que se unen algunas artesanales, por tanto su consumo energético es bajo. Iniciado el proceso de crecimiento, la industria aumenta en importancia, lo mismo que los transportes, sectores que, en general requieren gran cantidad de energía. A ello se une la creciente mecanización de todas las actividades económicas y el aumento del uso de energía en las economías domésticas, redundando todo en fuertes incrementos en el empleo de energía. No obstante, la mayor eficiencia técnica de las máquinas permite reducir progresivamente el uso de energía para iguales niveles de satisfacción material.
ENERGÍAS PRIMARIAS QUE SE UTILIZAN ACTUALMENTE
De las fuentes de energía; únicamente cinco se emplean de forma masiva y por este orden en el mundo actual: petróleo, carbón, gas natural, nuclear de fisión y energía hidráulica. Esto es algo importante a tener en cuenta por que, por el momento, son las únicas que pueden responder en cantidad, calidad y precio a las necesidades energéticas de la humanidad.
Sin embargo, existen otras también empleadas bajo circunstancias muy diferentes. Así, en el llamado Tercer Mundo y para cubrir las necesidades domésticas se emplean diversos tipos de biomasa (desde leña hasta residuos agrícolas). En algunos países se utilizan la energía solar y eólica para obtener pequeñas cantidades de electricidad; en Francia y Canadá existen sendas centrales maremotrices y en Islandia existe un aprovechamiento relativamente importante de los recursos geotérmicos. Todas estas energías primarias tienen hoy una relevancia muy escasa, en bastantes países puramente anecdótica.
SUSTITUCIONES EN EL USO DE LAS ENERGÍAS PRIMARIAS
A largo plazo, además de aumentar la cantidad de energía consumida, también se producen variaciones en su composición, al mortificarse la participación relativa de cada energía primaria en el total. En estos procesos de sustitución intervienen numerosos factores, como la tecnología, la disponibilidad de nuevos recursos y la aparición de consumos específicos.
A fin de centrar el tema pueden agruparse en cuatro puntos los diferentes factores, sin que el orden expositivo implique jerarquía o relevancia.
- a) La mayor eficiencia técnica de unas energías primarias sobre otras. Esto significa que a igualdad de volumen o de peso, unas fuentes tienen mayor poder calorífico que otras, por lo cual resulta más atractivo y económico su uso.
- b) La aparición de consumos específicos, que requieren un tipo determinado de energía, sin alternativas razonables.
- c) Ventajas de limpieza, comodidad y facilidad de uso.
- d) Diferencias relativas de precios.