El enfoque de responsabilidad social ha modificado el rol de la empresa en la sociedad. Los clientes, los usuarios y la comunidad en general perciben que una empresa verdaderamente responsable cumple con la formulación de políticas y la aplicación de programas que favorecen la equidad social y abordan temas fundamentales corno la ecología, la sostenibilidad, el desarrollo humano, entre otros. La sociedad espera de las empresas resultados concretos y cifras que demuestren su aporte al desarrollo y a la calidad de vida.
Sin embargo, frente a este enfoque se pierde de vista que la responsabilidad social empresarial (RSE) puede servir como complemento para proyectos gubernamentales o de asociaciones civiles, pero de ninguna manera desempeñar sus funciones. Por otro lado, el compromiso de la empresa socialmente responsable tiene que ser continuo y sus actividades no deberían verse afectadas por los cambios de gobierno ni por las presiones de terceros. La RSE no se aparta de una gestión de negocios ni del potencial que la empresa tiene para generar valor.
La vigencia del tema de la RSE obliga a precisar conceptos, alcances y dimensiones en el campo para comprender su relevancia y darle el lugar estratégico y de largo plazo que permita un balance social, ambiental y económico real.
De acuerdo con Fernández (2009), la responsabilidad social empresarial (RSE) o responsabilidad social corporativa (RSC) es una expresión que surgió en Estados Unidos a finales de la década de 1950 e inicios de la de 1960 como consecuencia de la guerra de Vietnam. Este y otros conflictos generaron una conciencia social que cuestionaba el comportamiento ético de las grandes empresas, por ejemplo, el hecho de que algunas colaboraran para mantener a determinados regímenes políticos en el poder. Fernández (2009) resume esta etapa en el desarrollo de la RSE de la siguiente manera:
Desde mediados del siglo xx, el público tuvo conciencia de la capacidad del sector privado para influir y solucionar los problemas sociales, reconociéndose asimismo los daños y riesgos que los mismos ocasionaban en su entorno. Esto originó una presión para que el gobierno interviniese imponiendo normas con el fin de la protección del interés público y los recursos naturales (pp. 35-36).
Según Blowfield y Murray (2011), el eje de la responsabilidad de las empresas en el decenio de 1950 se centró en su comportamiento y se generó un serio debate académico en Estados Unidos en relación con los aspectos en los que las empresas debían ser responsables.
En la década de 1960, Peter Drucker (citado por Carneiro, 2004), hace una primera reflexión sobre la responsabilidad de los directivos de las empresas que, según el autor, consiste en “promover el bien público, así como contribuir a la estabilidad, fortaleza y armonía de la sociedad” (p. 35).
En el decenio de 1970, el Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, planteó la premisa de que la única responsabilidad social de la empresa era la que tenía con sus accionistas. Afirmaba que, cuando la empresa era eficiente en sus recursos, en consecuencia, se creaban beneficios para los clientes y consumidores puesto que era capaz de ofrecer productos de calidad a un precio competitivo, además de generar empleo en la comunidad y atraer mayores inversiones (Martínez, 2005).
La opinión de Friedman inició un intenso debate sobre el tema de las responsabilidades de las empresas.
Por otro lado, y en contraste con la visión de Friedman, también en la década de 1970 surgieron grandes iniciativas sociales; se prestó atención al análisis de la ética empresarial y se desarrollaron los balances sociales como instrumentos de gestión. Según Carneiro (2004), los balances sociales se pusieron de moda en dicha década, tanto en Estados Unidos como en Europa pues, en teoría, permiten manejar indicadores sociales para medir la actuación de las empresas.
Otro autor clave en esa década, contrario a las ideas de Friedman, fue George Steiner. Él consideraba que las responsabilidades sociales asumidas por la empresa se relacionaban con una actitud y con una filosofía que se reflejaban en la toma de decisiones por parte de sus directivos; estas se orientaban hacia el futuro de la empresa antes que hacia la rentabilidad. Asimismo, consideraba que cuanto más grande fuera la empresa, mayores eran sus responsabilidades sociales (Carrol, 2012).
En la transición del decenio de 1970 al de 1980, la vigilancia sobre las grandes empresas cobró fuerza. En la década de 1980 quedó establecido que tanto las instituciones públicas como la empresa privada, las asociaciones sin fines de lucro y la sociedad en su conjunto debían contribuir para mejorar la calidad de vida de las personas. Martínez (2005) resume el planteamiento de la RSE de entonces a partir de las “expectativas económicas, legales, éticas y filantrópicas que la sociedad tiene de las organizaciones en un momento dado en el tiempo” (p. 31). Asimismo, el énfasis en las implicaciones filosóficas de la RSE se dejó de lado para prestar mayor atención al desempeño y a la actuación responsable de las empresas, así como a su relación con la estrategia corporativa (Blowfield y Murray, 2011; Banerjee, 2007).
Para Kotler y Lee (2005), antes de la década de 1990 las empresas decidían apoyar causas sociales en respuesta a la presión del ambiente y para “quedar bien”; además, fijaban un presupuesto para estas actividades, que las hacían más visibles frente a la opinión pública; sin embargo, estos compromisos eran a corto plazo y las iniciativas variaban casi cada año según las preferencias de los directivos, sin la menor con-sideración por el negocio ni por su estrategia.
En el caso de América Latina, el conocimiento sobre la RSE provino de los estándares propuestos por organismos internacionales de Estados Unidos y Europa, y solo a partir de la Cumbre de Río en 1992 las empresas empezaron a realizar acciones concretas en el terreno de la responsabilidad social.
A mediados de la década de 1990, dentro del contexto de la globalización, la RSE mostró un alcance y una importancia mayores debido a la inclusión de los stakeholders en su concepción. En esta década surge el concepto de sostenibilidad corporativa para referirse a la responsabilidad de la empresa en cuestiones ambientales.
Según Kotler y Lee (2005), el modelo cambió en esa década y la RSE se hizo más estratégica, pues entonces se tomaba en consideración el impacto de sus iniciativas sociales dando mayor énfasis a todo el proceso de diseño, implantación y evaluación. Los temas de RSE elegidos comenzaron a alinearse con el negocio, sus objetivos y sus valores. La orientación se dirigía hacia el largo plazo.
En América Latina, según Mercedes Korin, de la Fundación Avina (2011), el planteamiento de la RSE era el siguiente:
A fines de los noventa (y todavía hoy en muchos casos), la RSE era entendida como acciones puntuales, en general esporádicas, de la empresa “puertas afuera”: hacia la comunidad, hacia un grupo de población en particular o hacia el medio ambiente. La asociación entre sostenibilidad y prácticas empresariales responsables en América Latina comenzó a tomar fuerza durante la primera década de este siglo. Los conceptos de desarrollo social y de desarrollo económico comenzaron a virar hacia el de desarrollo sostenible, y se empezó a buscar que la gestión integral de las empresas tomara como parámetro para las decisiones y para la evaluación de riesgo la “triple línea de resultados” (económica, ambiental y social) (p. 28).
En 1988, la Social Accountability International (sAl) implementó la norma SA 8000 (Social Accountability 8000), con lo cual se consolidaba la RSE en el mundo. Esta norma se desarrolló a partir de la Declaración Universal de Derechos Humanos, la convención de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Convención de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Font, Gudiño, Medina y Sánchez, 2010).
Asimismo, en estos últimos años, el enfoque de la RSE se ha nutrido con la puesta en práctica de principios morales de conducta por parte de los directivos y del estudio de la ética empresarial en consideración con los distintos grupos relacionados con la empresa (Martínez, 2005).
Para Visser, Matten, Pohl y Tolhurst (2010), la RSE ha crecido considerablemente en cuanto al uso de términos propios, al involucramiento de un número cada vez mayor de actores y al uso de estrategias y prácticas sociales estandarizadas promovidas por la globalización. Asimismo, cada vez queda más claro que la RSE es un tema que interesa no solo a las grandes empresas, sino también a los gobiernos y al tercer sector.
Igualmente, el campo académico de la RSC ha ganado profundidad debido a la atención que el mundo presta a los negocios en relación con la sociedad civil y los gobiernos. En la actualidad, la RSE ha obtenido un estatus distintivo entre las organizaciones y las grandes corporaciones publican una cantidad considerable de información sobre sus prácticas de responsabilidad social y su impacto sobre el ambiente. El surgimiento de fondos de inversión en responsabilidad social, la difusión de los medios de comunicación y las iniciativas para elevar los estándares de RSE por parte de los activistas del tercer sector han determinado que este tema haya generado un notable movimiento académico y crítico (Crane, McWilliams, Matten, Moon y Siegel, 2008).
Finalmente, según la Fundación Avina (2011), se puede afirmar que a finales de la década de 2000, el foco de la RSE se fundamenta en su relación con el desarrollo sostenible aunque no haya acuerdo sobre su obligatoriedad ni sobre las entidades que deben encargarse de regularla o controlarla. Algunas organizaciones consideran que esa función corresponde a los Estados, mientras que otras apuntan hacia la transparencia y la autorregulación de la empresa. El mismo debate ocurre respecto a los responsables de financiar la inversión en sostenibilidad y las reglas del juego. Este punto es crucial en las empresas latinoamericanas, pues la RSE todavía se encuentra en una fase de precisión de conceptos y estándares.
Davis (citado por Blowfield y Murray, 2011) afirma que la responsabilidad corporativa empieza cuando la ley termina; se refiere a lo que las empresas hacen para contribuir de manera positiva a la sociedad, más allá (o no) de lo que constituyen sus obligaciones legales.
Roitstein (2004) define la RSE de la siguiente manera:
[…] es el vínculo que cada empresa, como actor social, establece y cultiva con sus stakeholders, empleados, clientes, proveedores, vecindad en la cual opera, con el fin de constituir una red de vínculos sociales que favorezcan la competitividad y el negocio de la empresa a largo plazo, al mismo tiempo que contribuyan a mejorar en forma sostenible las condiciones de vida de la sociedad (pp. 10-11).
Martínez (2005) refiere que la responsabilidad social de la empresa es:
[…] el compromiso que esta tiene de contribuir con el desarrollo, el bienestar y el mejoramiento de la calidad de vida de los empleados, sus familias y la comunidad en general. Es la capacidad de valorar las consecuencias que tienen en la sociedad las acciones v decisiones que tomarnos para lograr los objetivos y metas de nuestras organizaciones (p. 31).
Para Kotler y Lee (2005), la RSC “es un compromiso para mejorar el bienestar de la comunidad a través de prácticas discrecionales de negocio y contribuciones de recursos corporativos” (p. 10).
Franco (2006) define la RSE como:
[…] el conjunto integral de políticas, prácticas y programas que se reflejan a lo largo de las operaciones empresariales y de los procesos de torna de decisión, [que] es apoyado e incentivado por los altos mandos de la empresa y cuyo propósito es cumplir integralmente con los objetivos de la organización en materia económica, social y ambiental, así como en sus contextos interno y externo (p. 11).
Frederick (2008) refiere que la RSC “ocurre cuando una compañía, a través de las decisiones y políticas de sus líderes ejecutivos, actúa consciente y deliberadamente para mejorar el bienestar social de aquellos cuyas vidas se ven afectadas por las operaciones económicas de la firma” (pp. 522-523).
Hellriegel, Jackson y Slocum (2009) consideran que la responsabilidad social es aquella que “sostiene que los administradores y otros empleados tienen obligaciones con grupos identificables que afectan la posibilidad de que la organización alcance sus metas o que se vean afectados por las mismas” (p. 99).
Arbaiza (2009) refiere que la RSE es “el compromiso voluntario de las empresas con el desarrollo de la sociedad y la conservación del ambiente desde su compromiso social y su comportamiento responsable hacia los grupos de interés con quienes interactúa” (p. 7).
Según Fernández (2009), la responsabilidad social empresarial se entiende como:
[..] una filosofía o una actitud que adopta la empresa hacia los negocios y que se refleja en la incorporación voluntaria en su gestión de las preocupaciones y expectativas de sus distintos grupos de interés (stakeholders), con una visión a largo plazo. Una empresa socialmente responsable busca el punto óptimo en cada momento entre la rentabilidad económica, la mejora del bienestar social de la comunidad y la preservación del medio ambiente (p. 19).
Font, et al. (2010) proponen la siguiente definición de RSE: “Filosofía para orientar las prácticas gerenciales hacia un comportamiento organizacional responsable que contribuya, fomente, procure y promueva el bienestar social y salud ambiental” (p. 57).
Para Waddock (2012), la RSC consiste en “las responsabilidades económicas, legales, éticas y discrecionales que tiene la firma. […] Es el set completo de responsabilidades que tiene la firma con sus stakeholders, las sociedades en las que opera y el ambiente natural, manifestado a través de sus prácticas operativas” (p. 13).
Finalmente, para Urip (2010) la RSC “es una doctrina de ‘autointerés bien informado’ donde la organización, en la búsqueda de su propio éxito, ayuda a la comunidad más amplia a crear oportunidades adicionales que no solo estimulen el éxito a largo plazo de la compañía, sino que los beneficios continúen en ese ambiente más amplio” (p. 21).
Esta amplia gama de definiciones también ha dado lugar a imprecisiones en la concepción de la RSE. Por tanto, es necesario tener claro qué no es la RSE.
Campuzano (2010) comenta que existe la percepción de que la RSE es una herramienta más elaborada de marketing, conocida como “marketing social” o “marketing con causa”, que se encarga de mejorar la imagen de la empresa ante la sociedad para obtener, como consecuencia del posicionamiento de aquella, beneficios de corto plazo. Esta visión no encaja con la verdadera razón de ser de la RSE:
La RSE no es acción social puntual o filantropía. La filantropía, entendida como la colaboración voluntaria de las empresas con actividades de interés general fuera de la zona de influencia de su actividad productiva o comercializada, también se distingue, y mucho, de la RSE (p. 127).
Una empresa socialmente responsable no es la que hace campañas solidarias en épocas puntuales del ario. Tampoco aquella que patrocina o hace donaciones con el fin de mejorar superficialmente su imagen pública ni la que saca adelante una estrategia de marketing para sensibilizar a las personas sobre un tema en particular. La verdadera RSE constituye un compromiso que asume la alta dirección de la empresa y que forma parte de un desempeño y una operación responsables en la comunidad donde se desarrolla. Este comportamiento se orienta hacia la estabilidad y el largo plazo, y se rige por los valores que la empresa ha definido como propios de su cultura.
Según el Libro Verde de la Unión Europea (2001), la RSE no solo consiste en cumplir con obligaciones jurídicas, sino también en invertir en capital humano, en el cuidado del entorno y en el establecimiento de buenas relaciones con los grupos de interés. El cumplimiento de la legislación de tipo social, laboral, ambiental y de relaciones dentro de la empresa es fundamental, pero no implica que esta no pueda generar nuevas normas acordes con su realidad, en especial cuando se trata de países que carecen de un marco legislativo a partir del cual puedan construir prácticas de responsabilidad social.
Savall y Zardet (2004) comparan dos nociones muy diferentes de RSE:
La responsabilidad social efímera ha conducido al deceso de la empresa y a la destrucción de empleos productivos; la responsabilidad social sostenible se interesa por el resultado en el continuo entre el corto-mediano-largo plazos, [….] compatible con la capacidad de autofinanciamiento de una organización, fuente de su viabilidad, de su autonomía y, por tanto, de su razón de ser (p. 75).
Corno refieren Kotler y Lee (2005), dentro del amplio margen de la RSC existen las llamadas iniciativas, que son actividades que la empresa torna a su cargo para apoyar causas sociales o cumplir compromisos de RSE. Este apoyo puede proporcionarse mediante auspicios, donaciones, publicidad, asesorías técnicas, entre otros medios. Muchas grandes empresas tienen sus propias fundaciones, y otras canalizan su apoyo de forma indirecta.
Las iniciativas más comunes se relacionan con campañas de salud pública para enfermedades como el VIH, el cáncer de mama, la prevención del cáncer, la vacunación, entre otras. Asimismo, se llevan a cabo proyectos en el ámbito de la educación (en temas como alfabetización, becas de estudio, equipamiento de escuelas, y más), iniciativas laborales (capacitación o prácticas profesionales para jóvenes de la comunidad), propuestas ambientales (reciclaje, menor uso de plásticos, eliminación de desechos tóxicos, etcétera) y otras relacionadas con el desarrollo económico, la cobertura de necesidades básicas y diversos fines filantrópicos.
Para Urip (2010), es preciso comprender estas iniciativas o proyectos a la perfección y que especialistas y personas capacitadas se encuentren a cargo de ellas puesto que, sin entrenamiento, delegación, recursos, ni preparación, cualquiera de las propuestas mencionadas puede terminar en una situación en la que ambas partes pierdan y la sostenibilidad sea improbable.
Campuzano (2010) sostiene que la auténtica responsabilidad social es voluntaria; por tanto, cuando la empresa está obligada a cumplir con determinadas prácticas entonces no se le puede considerar responsable. Sin embargo, existe otra postura según la cual ciertas prácticas deberían ser obligatorias. Una opinión intermedia propone que es necesario exigir más transparencia y garantía en el cumplimiento de los códigos de conducta de las empresas; así se asegura que las actividades de responsabilidad social no constituyan “pantallas” o elementos de marketing.
Como se ha visto, existen diversas definiciones sobre RSE v cada una adopta un punto de vista diferente, de ahí la dificultad de incluir en una sola propuesta todas las implicaciones y los procesos que comprende. Si la RSE se estudia más allá de una definición o un constructo teórico y más bien se entiende como un campo académico en desarrollo, será posible incorporar muchas perspectivas en una definición en la que todos los estudiosos estén de acuerdo: el debate sobre las responsabilidades y el impacto de las organizaciones en la sociedad (Crane et al., 2008). Es así que en los últimos años la RSE ha ampliado su campo de estudio y su significado ha evolucionado, contemplando desde un enfoque multidisciplinario temas clave como la ciudadanía corporativa y el desarrollo sostenible.
El marco conceptual de la RSE está compuesto por ideas que colocan el énfasis en la obligación o el compromiso de la empresa, por aquellas que enfatizan la respuesta o las actividades de la compañía frente a la responsabilidad y por las que se enfocan en los resultados o en el impacto obtenido a partir del desempeño de la empresa (Carrol y Buchholtz, 2009).
La empresa tiene varias responsabilidades: económica (debe ser rentable y producir los bienes o servicios que la sociedad desee adquirir), legal (estar formalmente regulada y cumplir obligaciones para desarrollar sus actividades económicas en el marco de la ley) y ética sobre el entorno (efectuar las acciones necesarias al respecto, si desea conservar su licencia de operación) (Fernández, 2009; Blowfield y Murray, 2011). Cada empresa es libre de adoptar las prácticas que considere convenientes conforme a su actividad económica; sin embargo, el gobierno puede hacer recomendaciones en términos normativos: “[…] se pueden regular las obligaciones de carácter social que debe cumplir una empresa, pero no el sistema de gestión que para ello desee implantar” (Fernández, 2009, p. 79).
En la misma línea, Carrol y Buchholtz (2009) consideran que la RSC tiene cuatro dimensiones: económica, legal, ética y, finalmente, filantrópica. La ley no exige esta última, pero la comunidad espera que las empresas contribuyan de manera voluntaria y mejoren en algún aspecto la calidad de vida de la población por medio de programas de salud, educativos, artísticos, culturales y cívicos, entre otros.
Sobre el aspecto legal, Banerjee (2007) considera que, según el marco conceptual de la RSC, las actividades de la empresa deberían ir más allá del cumplimiento de las obligaciones mínimas; es decir, que ser una empresa socialmente responsable no implica solo cumplir, por ejemplo, con los requerimientos ecológicos exigidos por las leyes regulatorias correspondientes, sino también contribuir en la promoción de prácticas ecológicas y de bienestar en la comunidad en la que se opera. Asimismo, al ser la RSC, por definición, voluntaria para las empresas, sus actividades no pueden ser ordenadas por un tribunal. En otras palabras, una empresa tiene la libertad para elegir su campo de acción en RSE.
Si bien, al hablar de RSE la primera asociación tiene que ver con las grandes empresas o las multinacionales, en realidad atañe a gobiernos y organizaciones del tercer sector, como las ONG o las asociaciones civiles de países tanto desarrollados como pobres. Al respecto, Visser et al. (2010) comentan:
Las ONG, que funcionaban como una “conciencia” o “policía” independientes y que tenían el rol de traducir las preocupaciones de la sociedad civil a las corporaciones, ya se han incorporado a la agenda de la RSC. Esto ha ocurrido, en parte, debido a que las crecientes prácticas de RSC han favorecido diversas formas de colaboración, asociación e iniciativas conjuntas entre las corporaciones y las ONG. […] De hecho, las compañías se ven cada vez más como una fuente de esperanza para combatir la pobreza, promover el desarrollo económico y mostrar una alternativa en economías y sociedades que son, de otra manera, pobremente gobernadas (p. 10).
Como se ha visto, la RSE en sí misma cumple con algunos principios, como regirse por la legislación vigente (normas internacionales planteadas por la Organización Internacional del Trabajo o por las Naciones Unidas sobre temas laborales, sociales y ambientales). Asimismo, atañe de forma global a todas las áreas y los grupos de interés de la empresa, así como a todas las zonas en las que esta desarrolla sus actividades. El carácter ético de la responsabilidad social empresarial es un principio que obliga a la empresa a cumplir con cada compromiso que contrae y causar un impacto en el plano ambiental, social, económico, entre otros. Dicho impacto implica la satisfacción de necesidades de los grupos de interés de la empresa (Fernández, 2009).
Para Martínez (2005), el principio ético de la RSE debe regir el desarrollo de las organizaciones. Para ello, deben considerarse valores como el respeto a la dignidad humana, la justicia del mercado, la solidaridad para el bienestar, el compromiso con el trabajo para el desarrollo sostenible, la transparencia y una cultura empresarial íntegra. Lo anterior permite que la RSE sea medible y se oriente hacia tres ejes esenciales en la estrategia de negocios: crecimiento económico, bienestar social y protección ambiental.
Lo que caracteriza a una empresa socialmente responsable es su identificación frente al Estado y la sociedad mediante los principios voluntarios que establecen. Según Dejo (2005), las empresas se obligan a sí mismas a ser transparentes, acatar la ley como parte de su actuación y respetar tanto los derechos laborales de sus trabajadores como de las comunidades en las que operan.
Asimismo, las empresas socialmente responsables participan como agentes de desarrollo, respetan el ambiente y los recursos nacionales, usan la tecnología para evitar impactos negativos en el entorno, no afectan los bienes de terceros y contribuyen al desarrollo sostenible.