Marco historico
No se puede hablar propiamente de “conducta agresiva” como si se tratase de una única forma de conducta, sino de distintas formas de agresión. La agresividad puede expresarse de muy diversas maneras y no son rasgos estables y constantes de comportamiento, por lo que debemos tener en cuenta la situación estímulo que la provoca.
Frecuentemente, la violencia es una forma de comunicación social, en cuanto a que tiene una probabilidad muy alta de amplificar la comunicación, pudiendo servirle al violento, entre otras cosas, para la afirmación y defensa de la propia identidad. (Levini, 1997)
¿Existen las personalidades agresivas?. Si tenemos en cuenta las definiciones propuestas por el DSM-IV y el CIE 10, las conductas agresivas son un tipo de trastorno del comportamiento y/o de la personalidad, que trasciende al propio sujeto. Parece haber una gran estabilidad o consistencia longitudinal en la tendencia a mostrarse altamente agresivo con independencia del lugar y del momento.
Aunque la agresividad puede tomar diversas formas de expresión, siempre tendrá como característica más sobresaliente el deseo de herir. El agresor sabe que a su víctima no le gusta lo que está haciendo y, por tanto, no tiene que esperar a que el grupo evalúe su comportamiento como una violación de las normas sociales, sino que la víctima ya le está proporcionando información directa sobre las consecuencias negativas de su acción, lo cual hace que, con frecuencia, se refuercen y se mantengan esas mismas conductas. Es lo que se conoce como “Agresividad hostil o emocional”, y habrá que distinguirla de otro tipo de conducta agresiva que no tiene la finalidad de herir, la llamada “Agresividad instrumental”, que es “la que sirve de instrumento para…”. Es por ello, que hay que distinguir los agresores con orientación instrumental, que suelen ser aquellos que quieren demostrar ante el grupo su superioridad y dominio, de los agresores hostiles o emocionalmente reactivos, aquellos que usan la violencia porque se sienten fácilmente provocados o porque procesan de forma errónea la información que reciben y, además, no cuentan con respuestas alternativas en su repertorio. No son frecuentes los comportamientos agresivos mixtos, es decir, los que reúnen ambas condiciones.
Existen diversas teorías acerca de la agresividad, cada una de las cuales contribuye a explicar una dimensión del fenómeno. En 1983, Mackal efectuó una clasificación según el elemento que considera determinante para su formulación y las englobó en 6 epígrafes:
Teoría Clásica del Dolor: el dolor está clásicamente condicionado y es siempre suficiente en sí mismo para activar la agresión en los sujetos (Hull, 1943; Pavlov, 1963). El ser humano procura sufrir el mínimo dolor y, por ello, agrede cuando se siente amenazado, anticipándose así a cualquier posibilidad de dolor. Si en la lucha no se obtiene éxito puede sufrir un contraataque y, en este caso, los dos experimentarán dolor, con lo cual la lucha será cada vez más violenta. Hay, por tanto, una relación directa entre la intensidad del estímulo y la de la respuesta.
Teoría de la Frustración (Dollard, Miller y col., 1938): cualquier agresión puede ser atribuida en última instancia a una frustración previa. El estado de frustración producido por la no consecución de una meta, provoca la aparición de un proceso de cólera que, cuando alcanza un grado determinado, puede producir la agresión directa o la verbal. La selección del blanco se hace en función de aquel que es percibido como la fuente de displacer, pero si no es alcanzable aparecerá el desplazamiento.
Teorías Sociológicas de la Agresión (Durkheim, 1938): la causa determinante de la violencia y de cualquier otro hecho social no está en los estados de conciencia individual, sino en los hechos sociales que la preceden. El grupo social es una multitud que, para aliviar la amenaza del estrés extremo, arrastra con fuerza a sus miembros individuales.
La agresividad social puede ser de dos tipos: individual, es fácilmente predecible, sobre todo cuando los objetivos son de tipo material e individualista, o bien grupal. Esta última no se puede predecir tomando como base el patrón educacional recibido por los sujetos, sino que se predice por el referente comportamental o sujeto colectivo, el llamado “otro generalizado”, al que respetan más que a sí mismos y hacia el cual dirigen todas sus acciones.
Teoría Catártica de la Agresión: surge de la teoría psicoanalítica (aunque hay varias corrientes psicológicas que sustentan este concepto), la cual considera que la catarsis es la única solución al problema de la agresividad. Supone una descarga de tensión a la vez que una expresión repentina de afecto anteriormente reprimido cuya liberación es necesaria para mantener el estado de relajación adecuado Hay dos tipos de liberación emotiva: la catarsis verbalizada y la fatiga.
Etología de la Agresión: surge de etólogos y de teorías psicoanalíticas. Entienden la agresión como una reacción impulsiva e innata, relegada a nivel inconsciente y no asociada a ningún placer. Las teorías psicoanalíticas hablan de agresión activa (deseo de herir o de dominar) y de pasividad (deseo de ser dominado, herido o destruido). No pueden explicar los fines específicos del impulso agresivo, pero si distinguen distintos grados de descarga o tensión agresiva.
Teoría Bioquímica o Genética: el comportamiento agresivo se desencadena como consecuencia de una serie de procesos bioquímicos que tienen lugar en el interior del organismo y en los que desempeñan un papel decisivo las hormonas. Se ha demostrado que la noradrenalina es un agente causal de la agresión.
Lo que parece quedar claro de todo lo anterior es que, aunque la agresividad está constitucionalmente determinada y aunque hay aspectos evolutivos ligados a la violencia, los factores biológicos no son suficientes para poder explicarla, puesto que la agresión es una forma de interacción aprendida.
Otros factores implicados en el desarrollo de la agresividad son los cognitivos y los sociales, desde cuyas vertientes se entiende la conducta agresiva como el resultado de una inadaptación debida a problemas en la codificación de la información, lo cual hace que tengan dificultades para pensar y actuar ante los problemas interpersonales y les dificulta la elaboración de respuestas alternativas. Estos déficits socio-cognitivos pueden mantener e incluso aumentar las conductas agresivas, estableciéndose así un círculo vicioso difícil de romper.
Cuando un niño agresivo es rechazado y sufre repetidos fracasos en sus relaciones sociales, crece con la convicción de que el mundo es hostil y está contra él, aunque esto no le impide que se autovalore positivamente. Sin embargo, para orientar su necesidad de relaciones sociales y manejar positivamente su autoestima busca el apoyo social de aquellos con los que se siente respaldado, que son los que comparten con él sus estatus de rechazados, creándose así pequeños grupos desestabilizadores dentro del grupo.
Tampoco se debe olvidar la influencia que tienen los factores de personalidad en el desarrollo de la agresividad, puesto que el niño agresor suele mostrar una tendencia significativa hacia el psicoticismo. Le gusta el riesgo y el peligro y posee una alta extraversión que se traduce en el gusto por los contactos sociales, aunque en ellos habitualmente tiende a ser agresivo, se enfada fácilmente y sus sentimientos son variables. Todo lo anterior hace que este tipo de niño tienda a tener “trastornos de conducta” que le lleven a meterse en problemas con sus iguales e incluso con adultos.
Sin menospreciar los factores biológicos, los cognitivos, los sociales y los de personalidad, los factores que cobran un papel especialmente importante en la explicación de la aparición de conductas violentas, son los factores ambientales. Cobra especial importancia el papel de la familia puesto que si la agresividad como forma de resolver problemas interpersonales suele tener su origen al principio de la infancia, parece claro que en buena parte se deba fraguar en el ambiente familiar.
El modelo de familia puede ser predictor de la delincuencia de los niños, puesto que el clima socio-familiar interviene en la formación y desarrollo de las conductas agresivas. Los niños agresivos generalmente perciben en su ambiente familiar cierto grado de conflicto. Las conductas antisociales que se generan entre los miembros de una familia les sirven a los jóvenes de modelo y entrenamiento para la conducta antisocial que exhibirán en otros ambientes, debido a un proceso de generalización de conductas antisociales.
Existen una serie de variables implicadas en la etiología familiar, las cuales tendrán una influencia directa en el desarrollo del apego, la formación de valores morales, roles y posteriores relaciones sociales. Estas variables implicadas son:
a) Ausencia de marcos de referencia de comportamiento social y familiar.
b) Rechazo de los padres hacia el niño.
c) Actitud negativa entre padres e hijos.
d) Temperamento del chico en interacción con la dinámica familiar.
e) Refuerzo positivo a la agresividad.
f) Prácticas de disciplina inconsistentes.
g) Prácticas disciplinarias punitivas.
h) Carencia de control por parte de los padres.
i) Empleo de la violencia física como práctica social-familiar aceptable.
j) Historia familiar de conductas antisociales.
k) Empleo de castigos corporales.
l) Aislamiento social de la familia.
m) Exposición continuada a la violencia de los medios de comunicación.
Concepto
La agresividad humana puede conceptualizarse como aquella clase de conducta caracterizada por el acto de atacar con la finalidad de provocar injuria a otro individuo. Su amplia gama expresiva comprende desde la mas tenue agresión verbal hasta el ataque violento a personas o cosas, incluyendo el propósito de quitar la vida. La conducta agresiva, entendida de esta manera, es una acción intencional, ejecutada con propósitos definidos y dirigida hacia objetivos anticipadamente establecidos. (Bandura, 1963)
Kauffman (1970) distingue en la conducta agresiva dos características:
(a) Está dirigida contra otro individuo, y
(b) Expresa la intención o el deseo de inflingir daño. La agresión es “una respuesta que tiene por objetivo causarle daño a un organismo vivo”.
En tanto que Buss (1961) la define como “una respuesta que da estímulos dañinos o otro organismo”. La agresión es, ciertamente, una respuesta, dado que el individuo reacciona agresivamente ante situaciones que considera frustrantes.
Empero, entre la recepción del estimulo frustrante y la respuesta agresiva hay un proceso de elaboración y selección de respuestas. De esta suerte, la respuesta agresiva es selectiva, puesto que el individuo podría elegir otra forma de reacción, como por ejemplo la evasión o el retraimiento. Es en el lapso que media entre la entrada del estimulo frustrante y la emisión de la respuesta, en que se elabora la respuesta agresiva.
Resulta importante hacer notar, como lo hace Rodríguez (1977) que, desde un punto de vista cognoscitivo, la intención de causar daño es un elemento importante de la conducta agresiva humana. El conductismo radical de B.F Skinner no la consideraría, puesto que como una actividad interna no se le puede observar directamente. Naturalmente, la definición también comprende conductas no consumadas, pero que llevaron la intención de provocar injuria, aunque por circunstancias fortuitas el objetivo no fue alcanzado.
La agresividad a la que nos estamos refiriendo posee una dirección, no solo la de eliminar objetivos momentáneos, sino que lleva propósitos ulteriores, que mas adelante se señalarán. No es tampoco una respuesta generada por un estado motivacional de miedo ante la presencia de un peligro objetivo que Flores (1983) en una revisión reciente sobre farmacología de la agresión la denomina agresividad defensiva. Hay, por cierto varias modalidades de agresión y esta puede aparecer en el decurso de las acciones, aunque el miedo no constituye el factor generador de la conducta agresiva a la que estamos analizando.
Se pregunta Rodríguez (1977) ¿será agresivo la conducta de un soldado que marcha a la guerra y provoca la muerte de otra persona?. Desde el punto de vista de la definición propuesta no lo sería, puesto que sus actos se encontrarían desprovistos de intencionalidad personal. Personas de mando superior le imponen el rol que debe cumplir. Aunque si lo seria, si se acepta el rol de exterminar a otros pudiéndose rehusar. Tal sería el caso del mercenario que alquila sus servicios para exterminar a otros individuos.
Causas de la agresión
La norma ética es una adquisición de la historia humana, en tanto que el instinto de matar es innato al hombre: el mandamiento “No mataras”, ofrece la seguridad de que descendemos de una larguísima serie de generaciones de asesinos, que llevan el placer de matar en masa en la sangre. Este dramático encuentro entre el instinto y la norma ética (conciencia moral), que encarna el ideal de la conducta humana, logra imponerse el instinto.
En aquella carta dirigida al profesor Einsten, Freud le expone su famosa teoría de los instintos, laboriosamente trabajada, como respuesta al asombro del sabio físico ante el entusiasmo de los hombres por la guerra. Las ideas de Freud son conocidas. Sostiene que los instintos humanos son solamente de dos tipos: aquellos que pretenden destruir, matar, agredir y destruir, y que le llamó thanatos, y los que buscan la vida y el placer a los cuales denomina eróticos. Estos instintos corresponden a la polaridad universal amor-odio. Ninguno de ambos instintos es menos importante que el otro, difícilmente un instinto puede operar aisladamente, siempre va acompañado un elemento con otro.
Así, cuando el instinto del amor se dirige a un objeto requiere el instinto de dominio si pretende poseer dicho objeto. Cuando los hombres se ven impulsados a la guerra, pueden tener muchos motivos, pero la inclinación natural a la destrucción y a la agresión ciertamente está presentes en ellos. Las crueldades cometidas atestiguan su presencia. Estos impulsos, no obstante, son graficados por su relación con otros, de tipo erótico o idealista.
El proceso de la agresión
En este punto se prestará atención a esos procesos mediadores entre los antecedentes de la agresión y la respuesta agresiva propiamente dicha. Algunos ya se han mencionado de pasada anteriormente. Aquí se analizarán de manera más focal.
a) El Papel de la activación general
Se ha mencionado al hablar de las revisiones recientes de la hipótesis de la frustración-agresión. Para ilustrar cómo influye la activación en la agresión, es interesante considerar el estudio de Christy y cols. , (1971), en él, los niños observan inicialmente un modelo agresivo o no agresivo. Después se les hacía participar en una conducta competitiva o no competitiva. Entre los que competían, unos ganaban de forma consistente y otros perdían también de forma consistente. Con posterioridad, se daba a los niños la posibilidad de agredir imitando al modelo.
b) Activación y etiquetado cognitivo
La activación no sólo proporciona energía a la conducta. Interactúa también con las ideas y pensamientos que surgen dentro de la situación dada y sirve para incrementar el estado de cólera que lleva de forma directa a la agresión. En esencia, éste es el planteamiento de Schachter y Singer (1962).
Estos autores postulan que la emoción es el resultado de la conjunción de un estado de activación y de una cognición. A través de esta segunda, se comprende y se etiqueta la primera. Con tres hipótesis propone Geen recoger lo esencial de la aportación de estos autores. La primera, o cualitativa, se aplica en aquellos casos en los que la persona experimenta un estado de activación fisiológica que no sabe explicar.
A causa de ello, echará mano de las cogniciones disponibles. La segunda, o nula, es el caso opuesto. La persona cree poder interpretar sin problemas su estado de activación. Por ello, no siente necesidad de recurrir a las cogniciones disponibles. La tercera, o cuantitativa, estipula que la persona solo experimentará emoción ante un conjunto de circunstancias cognitivas cuando se sienta activada.
La teoría de Schachter-Singer que se acaba de resumir de manera sucinta es relevante para la agresión porque proporciona una forma de explicar el origen de la cólera. Supongamos que una persona experimenta activación. Si la atribuye a alguna cognición relacionada con la cólera, sentirá cólera.
Ello ocurre en ocasiones de una forma sencilla: la persona es provocada, la provocación constituye el único estímulo que genera el estado de activación y, al mismo tiempo, la cognición correspondiente que sirve para interpretar y etiquetar ese estado.
Una situación más compleja tiene lugar cuando la persona es activada por alguna razón desconocida. El ejemplo más claro, aunque no es el único, lo proporcionan los efectos secundarios de un medicamento. En un intento por comprender lo que le ocurre, la persona busca señales en el ambiente.
Si algunas de ellas apuntan a la cólera; por ejemplo, la persona es espectadora de un partido de fútbol en el que su equipo va perdiendo, puede llegar a la conclusión de que la activación es parte de la experiencia de cólera (y no un efecto secundario del medicamento que está tomando).
Transfer de la Excitación y Cólera
El transfer de la excitación ha sido descubierto y estudiado por Zillmann y Cols (1981), según estos autores, con frecuencia dos acontecimientos activadores ocurren en secuencia y van separados por un corto período temporal. También ocurre en muchas ocasiones que parte de la activación que provoca el primer acontecimiento se transfiere al segundo. El resultado es que esta activación transferida se suma a la provocada en segundo lugar.
Supongamos ahora que el segundo acontecimiento guarda relación con una emoción. La transferencia de excitación del primer acontecimiento al segundo, con ese plus de activación añadida, debería fortalecer la emoción en cuestión. Esto es, al menos, lo que cabría pronosticarse a partir de la hipótesis cuantitativa de Schachter y Singer.
Un trabajo de Zillmann (1971) ilustra este efecto de transfer de la excitación así como su relevancia para la agresión. Inicialmente, los sujetos experimentales eran provocados por medio de un ataque interpersonal. Luego eran activados por medio de una película que se les mostraba. Todos los sujetos eran varones. En unos casos la película que se les proyectaba era erótica y mostraba a un hombre y una mujer haciendo el amor. En otros casos la película era de contenido violento. Cuando, posteriormente, se daba a los sujetos la posibilidad de agredir, resultó que aquellos que habían visto la película erótica eran más agresivos. Se comprobó, asimismo, que la película erótica era la más activante que la violenta.
La interpretación de Zillmann (1971) recurre al concepto de transferencia de excitación. Inicialmente, los sujetos estaban activados porque se les había provocado con un ataque interpersonal. A esta activación se sumaba la generada por la película y, lo más importante de todo, se etiquetaba como cólera.
Una faceta interesante de los estudios de Zillmann es que, una vez producida la transferencia de excitación y consumada la conducta agresiva que ha potenciado, puede seguir influyendo en posteriores conductas de agresión. Una vez que el efecto activador ha desaparecido debido al paso del tiempo, parece que permanece el recuerdo de la cólera experimentada así como de la intensidad con la que se experimentó.
Geen ha señalado dos limitaciones importantes de los trabajos de Zillmann sobre transferencia de excitación en lo referente a la posibilidad de aplicarlos a la comprensión del proceso agresivo. En primer lugar, no se ha demostrado de forma convincente que la cólera actúe como vínculo entre la activación y la agresión. De hecho, en la mayoría de los experimentos de Zillmann y cols. No aparecía correlación entre cólera y agresión. En segundo lugar, existen activaciones generadas por experiencias alegres o eufóricas que no evocan agresión ni siquiera en personas encolerizadas.
Por el contrario, tienden a producir un efecto inhibidor sobre la agresión.
Formas de reducción de la agresión
Las dos formas más importantes que se han propuesto para la reducción y/o el manejo de la agresión son el control de tipo coercitivo o castigo y la catarsis. El primero no es en absoluto un método eficaz. Ross y Fabiano señalan que los efectos disuasorios del castigo son, con frecuencia poco fiables y débiles, y cuando se consiguen suelen ser solo temporales.
Por su parte, el propio A.P. Goldstein señala que ciertas condiciones tienden a hacer más eficaz el castigo. En concreto, enumera los siguientes: que su aplicación sea cierta y no se quede solo en amenaza, que se aplique de forma rápida una vez ocurrida la agresión, que sea consistente, que no se introduzca de forma gradual sino con toda su intensidad desde el principio, que sea prolongado e intenso, y que sea difícil de evitar.
A la vista de estas contingencias, no es de extrañar que muchos investigadores hayan descubierto que el principal efecto del castigo es la supresión de la conducta agresiva pero es una supresión temporal. En efecto, cuando desaparecen las condiciones que aseguran la efectividad del castigo, la conducta agresiva que se trataba de suprimir vuelve a instaurarse con fuerza en el repertorio conductual del sujeto.
Si el castigo se aplica con gran fuerza e intensidad, tal como sugieren las condiciones facilitadores que se acaban de presentar, es probable que la agresión desaparezca al menos temporalmente. Sin embargo, surgirán una serie de conductas poco deseables que cabe considerar como efectos secundarios del castigo: la persona cuya agresión se pretende eliminar tiende a huir del contacto social, busca la contra agresión contra el agente punitivo, aprende por imitación la propia conducta punitiva y rompe las relaciones sociales. Además suprime exclusivamente el acto de agresión castigado de forma específica.
Por lo que respecta a la catarsis, se la considera como cualquier actividad que puede dar salida o desahogo a una determinada emoción. Se puede conseguir la catarsis a través de la propia conducta de la persona, pero, en ocasiones, también puede valer la observación de la conducta de otra persona con la que se empatiza. A la catarsis se le ha atribuido tradicionalmente una función controladora o reductora de la agresión. Bajo el supuesto de que, a la larga, la agresión es inevitable y de que la persona necesita dar salida a su energía agresiva, la catarsis se propone como una forma socialmente aceptable de descargarla con un coste o perjuicio social mínimo. Debates públicos y competiciones deportivas son formas que se han sugerido para conseguir la catarsis.
Sin embargo, A.P. Goldstein defiende que la investigación empírica no ha encontrado apoyo para la hipótesis de la catarsis. Una primera línea de investigación se centró en lo que este autor llama “Comparaciones estáticas”. Consiste en comparar el nivel de agresividad de personas que realizan periódicamente conductas agresivas con el de otras personas que no las realizan.
Por ejemplo, deportistas que mantienen contacto físico (lucha, boxeo) con otros que no lo mantienen (tenis). Una segunda línea de investigación implica comparaciones antes y después. Se crean dos grupos iguales por aleatorización y se le da a uno la oportunidad de agredir y al otro no. el tercer tipo de investigaciones recurre a datos de archivo. En este tercer caso se parte del supuesto de que a lo largo del transcurso de la competición deportiva las muestras de agresión deberían disminuir. En ninguno de estos tres tipos de investigaciones se han encontrado apoyo para la hipótesis de la catarsis.
Los deportistas con contacto físico no muestran menos agresión, los estudios de comparación antes después encuentran, por lo general, el efecto opuesto a la catarsis, y lo mismo ocurre con los estudios que se centran en la evolución del nivel de agresión en el transcurso de una competición deportiva: la agresión se incrementa a medida que la competición progresa.
Patología de la agresión
Hasta ahora hemos intentado ver el acento positivo de la agresividad en su función social y de interrelación entre los individuos. Consideramos la agresividad:
• Reprimida y vuelta hacia el Yo.
• Repudiada y atribuida a los demás.
• Expresiones explosivas e infantiles.
Tanto unos como otros son individuos que han sido incapaces de integrar su agresividad de modo positivo, y por lo mismo se les considera dentro de nuestra sociedad como inadaptadas. Hay que tener en cuenta que no es posible trazar una línea divisoria entre tales individuos y llamados normales, aunque parece evidente, en toda sociedad existen unos seres que se apartan de la media, ya sea por la cantidad de sufrimiento mental que experimentan ya por el grado de sufrimiento que inflingen a los demás.
a) La Agresión Reprimida y Dirigida contra el Yo
Las personas con estas características se denominarían deprimidas, siendo tal depresión debido a un conjunto de causas:
• El hombre vive amontonado no puede defender su territorio, que es mínimo.
• Está sujeto a constantes frustraciones debido al número de estimulaciones que recibe y los que no pueden responder.
• La sociedad genera normas de represión a las manifestaciones agresivas.
• El tipo de educación que reciben los hijos les fuerza a que sean independientes antes de estar preparados para ello.
La persona deprimida es incapaz de expresar agresividad u odio hacia las personas que ama por temor a perder el afecto que ha podido conseguir de ellos. Para ello tiende a reprimir toda tendencia agresiva que pudiera dirigirse a seres amados.
b) La Agresión Repudiada y Atribuida a los Demás
Existe un grupo de personas para las cuales amar y ser amado es muy difícil. Sienten una desconfianza tan profunda hacia los demás que cualquier relación verdaderamente íntima le parece peligrosa. Son por lo general de buena inteligencia, a menudo aparecen frías, retraídas, indiferentes, distantes. Son personas que pueden ser admiradas y respetadas pero rara vez se las considera merecedoras de amor. Una característica suya es un fuerte deseo de poder y superioridad combinado con un sentimiento de vulnerabilidad y debilidad. Si no consiguen el poder llevan una vida interior llena de fantasías. Son personas que, gracias a un mecanismo de defensa de yo, subliman su agresividad hacia conquistas intelectuales. Amar es, para estas personas, sentirse a merced de la persona amada.
c) La Expresión de la Agresión
Existe un tercer grupo de personas con una característica de hostilidad superior a la corriente. Son mucho más peligrosas que los depresivos, son los psicópatas que tienen una fuerte inclinación a exteriorizar su hostilidad. Muestran su agresividad de forma explosiva. El dominio sobre sus impulsos es inferior a la media. Se atribuye su causa a defectos de tipo orgánico a defectos de educación. Los psicópatas agresivos muestran desde sus primeros años un comportamiento anormal. Sus características son:
• Indiferencia a los sentimientos de los demás;
• Impulsivos, dominar el momento presente;
• No vacilan en emplear la violencia;
• No tienen claros los conceptos de bien y mal.
• No tienen sentimientos de culpabilidad como los demás seres humanos.
El tipo de agresión que desencadenan es más parecida a la del niño irreflexivo que tiende a buscar la satisfacción dañada lo que cree origen de su mal.
Agresividad y estructura social
La idea negativa de la agresividad, sobre todo a partir de Freud, ha retrasado el estudio y la valoración social de la misma. Tratemos de mostrar que es un ingrediente esencial en la estructura social. Y que el impulso agresivo sólo se vuelve objetable o peligroso cuando queda bloqueado o frustrado.
a) La Agresión y su Influencia en la Población
A menudo suponemos que la jungla, la selva es un lugar de comportamiento violento y que los animales salvajes son destructivos y agresivos. Es una imagen deformada. Es verdad que los animales se matan entre si, pero es normal que así sea cuando la relación que se establece es la de rapaz y presa. Los animales se matan entre si por alimento, rara vez por otro motivo. A nivel colectivo los animales depredadores no exterminan nunca la especie que les sirva de presa si lo hicieran podrían en peligro la propia supervivencia.
Al igual que muchas especies, el hombre también reacciona mal a la superpoblación. Existen huellas perceptibles de la agresividad que en otro tiempo sirvió para espaciar a los individuos, vivir en una súper ciudad es el número de frustraciones, es sentir disminuir el espacio vital, es irritante y agotadora ya que tiene que dominar continuamente impulsos agresivos. De ahí el nacimiento de muchas enfermedades: del corazón, mentales, accidentes, etc., que tienden a disminuir la población.
Pensamos pues que la agresividad tiende a controlar el incremento demográfico (aunque no lo ha conseguido de manera armónica el hombre).
b) La Agresión influye en la Elección Sexual
La competencia por el alimento no es el único factor por el que la agresividad desempeña un papel en el comportamiento animal o humano.
La competencia agresiva por las hembras se da en muchas especies animales, dando lugar a menudo a combates espectaculares. Normalmente, el animal derrotado en las justas amorosas no sufre lesiones físicas serias, aunque puede sufrir psicológicamente.
Así se da el caso de una culebra derrotada por un rival, que permanece inactiva sexualmente durante unos meses, mientras que su rival se aparea inmediatamente. Entre los animales polígamos (que por cierto defienden tenazmente sus harenes) hay un buen numero de machos superfluos a los que se no se les permite relaciones sexuales. Y son ahuyentados por los más poderosos. La selección sexual de los machos mas fuertes es una función positiva del impulso agresor.
c) La Agresión como Origen de un Orden Social
La otra función de la agresión es intentar establecer un orden dentro de la sociedad. La estructura jerárquica depende en último término de la fuerza, agilidad, inteligencia y experiencia, por este orden, con las siguientes ventajas para el grupo:
a. En el grupo de animales con buena capacidad de aprendizaje permite que el grupo conceda un atención a los machos de más edad y experiencia, de los que es de esperar una dirección y previsión más eficaces.
b. Impide la lucha dentro del mismo grupo.
c. El establecimiento de una estructura social coherente es valioso para la supervivencia del grupo en caso de ataque por animales de presa.
La agresión en el desarrollo del hombre
La agresión ya sea instinto, tendencia o aprendizaje, hace al hombre afrontar con fuerza y coraje, y eventualmente con hostilidad y violencia, las dificultades de la existencia.
a) La Agresión en el Lactante
En el primer año de vida el niño se muestra irritable al momento, en función de sensaciones viscerales de hambre o dolor. Después, tras un periodo de calma relativa, en la segunda parte del primer año, en función de actitudes maternales frustrantes o tranquilizadoras, los estímulos internos o externos actúan sobre los centros vegetativos de la base del cerebro, más o menos estimulables constitucionalmente, pero también más o menos condicionados rápidamente por las primeras experiencias frustrantes o aseguradoras, la seguridad y el equilibrio tensional se obtienen mejor si la madre multiplica los contactos con el hijo y no se pliega a todas sus exigencias, sabiendo alternar y regular satisfacciones y frustraciones.
b) La Agresión en la Infancia
Entre los dos y tres años el niño presenta una crisis de agresión negativista. Es el momento de afirmación de su yo físico frente al mundo físico, el es un sujeto independiente de los objetos que lo rodean. Esta afirmación es agresiva consistiendo en negar lo que le rodea.
Apenas salido de esta crisis de independencia; que se ira repitiendo a lo largo de su evolución; tratara de afirmarse sobre un plano constructivo, en el que ve una salida de la ayuda maternal, (quiere hacer las cosas el solo). Superara el ciclo de imitación y primera identificación con los padres con otra crisis fundamentada en los celos edipianos dando espectáculos de agresividad.
A los 4 o 5 años las crisis de cólera que pueden ser utilizadas como medio de chantaje afectivo que en los casos de inmadurez adulta aparece como episodios histéricos dan paso a una fase de calma relativa, casi de timidez, en la que las frustraciones tienden a descargarse a través de fantasías agresivas. Empieza una etapa de docilidad con alguna crisis de menos indisciplina. Se identifica con los padres y maestros asimismo va conquistando una serena independencia y afirmación de si. La mayor o menor agresividad en esta etapa será causada o por los acondicionamientos del medio (entorno fuertemente agresivo o altamente frustrante) o por una disfunción cerebral mínima.
c) La Agresión en la Adolescencia
Este equilibrio obtenido en la segunda infancia se rompe de nuevo en el umbral de la adolescencia. Bajo el efecto capital de las hormonas virilizantes (andrógenos), en proporción diferente pero presentes ambos sexos y que tienden a excitar las zonas de agresión, y además con unas estructuras sociales ambivalentes para los adolescentes en donde se les exige una responsabilidades y no se reconocen derechos a los adultos, estructuras frustrantes para el adolescentes, no es raro que aparezcan episodios de agresión.
La situación de conflicto que vive: necesidad de amar y ser amado, narcisismo y necesidad de grupo, tendencia a replegarse e impulso a enfrentarse, actitudes de sumisión y de dominio, lo lleva frecuentemente a mostrarse agresivo con sus padres, hermanos, hermanos, profesores y compañeros.
Investigaciones
Entre las investigaciones de la agresión, el que ha sido estudiado de manera más intensa es la frustración.
Berkowitz (1969) propuso renunciar a la visión clásica que unía en una cadena causal frustración y agresión. Frente a ella, postuló una hipótesis revisada de frustración-agresión, según la cual la frustración es más bien fuente de activación. La frustración puede llevar a la agresión, pero de forma indirecta.
Haskins presenta un estudio de campo que parece apoyar esta explicación de Berkowitz. A lo largo de varios años estudió a un grupo de niños que durante su período preescolar había recibido una atención muy individualizada que enfatizaba tanto en el desarrollo cognitivo como el emocional, procurando que el primero fuese lo más elevado y el segundo lo más armonioso posible.
Geen (1990) propone una ampliación de la hipótesis de frustración-agresión. La frustración, bloquea el avance hacia el objetivo, supone un cambio a peor en la situación de la persona. Compromete los esfuerzos anteriores y pone en peligro los futuros. Por ello es, a la vez, aversiva y activante. Ahora bien, la investigación ha demostrado que los cambios vitales importantes y las molestias diarias generan estrés. En este sentido, la frustración se puede considerar como una fuente más de estrés.
Berkowitz (1983) señala otra conexión indirecta entre frustración y agresión a través de afecto negativo, definido como “sentimiento displacentero provocado por condiciones aversivas”. Al enfrentarse la persona a una experiencia aversiva, se desencadena una serie de cogniciones, emociones y respuestas expresivos – motoras.
Como señala Geen (1990, p. 56) y Quelete, el gran sociólogo francés, formuló en 1883 una Ley térmica de la delincuencia, según las cuales los delito de mas gravedad son mas probables en los periodos de fuerte calor. La evidencia cotidiana parece corroborar este punto de vista.
Anderson y Anderson (1984) presenta dos estudios más detallados. El primero se centra en una sola ciudad (Chicago) y analiza 90 días del verano de 1967 para averiguar en ellos la incidencia de asaltos criminales. Se encontró una relación directa y lineal entre la temperatura media diaria y el número de dichos asaltos. El segundo estudio se centró en los asesinatos y violaciones cometidos en la ciudad de Houston durante un período de dos años. Se había contrastado la temperatura máxima de cada día estudiado. Apareció una relación directa y lineal entre temperatura y este tipo de delitos.
El estudio más completo de los tres es el de Anderson (1987). En él se consideraban los delitos violentos (asesinatos, violaciones y atracos a mano armada) y no violentos (hurtos, robos de automóviles) cometidos en todo el territorio de Estados Unidos durante una década entera, en concreto de 1971 a 1980. Apareció una relación directa y lineal entre temperatura y delitos no violentos. La incidencia de delitos de mas gravedad era significativamente mayor durante los meses de julio, agosto y septiembre, los más calurosos del año en Estados Unidos.
Los estudios de Glass y Singer (1972) ponen de manifiesto que el estrés provocado por el ruido no depende tanto de su intensidad como de su predictibilidad y controlabilidad. El ruido puede contribuir a la agresión de formas más directas. La primera de ellas es generando una activación mediante la cual se proporciona energía a una reacción agresiva hacia la cual la persona está ya favorablemente dispuesta.
No es necesario para ello que la persona sienta hostilidad o cólera hacia la víctima. En el experimento relevante de Geen y O´Neal (1969), los sujetos veían primero una película (violenta o no violenta) y luego eran sometidos o no a un ruido fuerte. Mostraban mayor agresión posterior los sujetos de la condición película violenta/ruido fuerte.
Un experimento posterior de Geen (1978) demostró que no es tanto el carácter aversivo objetivo del ruido crucial en este efecto, sino más bien su controlabilidad. Todos los sujetos recibían descargas eléctricas de cierta intensidad y eran sometidos a continuación a un ruido aversivo. Un tercio de los sujetos tenían la posibilidad de controlar la terminación del ruido, otro tercio podría predecirla y el resto no podía ni controlar ni predecir el cese del ruido. Los sujetos menos agresivos resultaron ser los del primer tercio.
Otro estudio realizado por Geen y Mc Cown (1984) utilizando un procedimiento similar, mostró que las diferencias de la agresión entre las personas expuestas a un ruido controlable o no controlable se deben a diferencias de activación. Como índice de activación fisiológica se medía la presión sanguínea antes de las descargas, después de la aplicación de éstas y durante el período de exposición al ruido. Por supuesto, el objetivo primordial de este experimento era averiguar en qué medida la presión aumentaba en la tercera medición, es decir, después de la introducción del ruido.
Se encontró un ligero incremento no significativo de la presión en la tercera medición en el grupo de sujetos expuestos al ruido controlable. Este incremento era significativo en el de quienes estaban expuestos a un ruido no controlable. El experimento, por tanto, parece poner de manifiesto que el ruido aversivo e incontrolable intensifica la agresión a través del proceso de activación.