Conservación del medio ambiente

Cuando se habla de medio ambiente estamos hablando del hábitat de una especie muy concreta, la del hombre. El medio ambiente viene pues definido en función de las características y requerimientos de la especie humana, la cual tiene ciertas peculiaridades añadidas en relación a las demás especies animales o vegetales que pueblan la Tierra. El hombre es una especie cultural y tecnológica: adapta su propio hábitat y emplea para ello elementos que él mismo genera. Por ello, el medio ambiente como concepto autoecológico (antropocéntrico) va a incluir tanto el hábitat natural, el seminatural y el rural como el urbano: todo el hábitat del hombre. (Ballester, 1993).

El paisaje es la forma más directa en que el hombre percibe la naturaleza o lo que ha resultado de ella tras su asentamiento. La demanda social por paisajes naturales es creciente y casi angustiosa cuanto más desarrollado está un país. De ahí que la protección de paisajes naturales o rurales armoniosos se haya convertido en una justificación ambiental para la protección de amplias áreas en las que participan no sólo los valores naturalísticos, sino también los culturales (usos y arquitecturas tradicionales, etc.).

Según Escudero (1993) se está dando en los últimos años una convergencia progresiva de las políticas de Medio Ambiente y Patrimonio Cultural, que se proyecta de manera especial en la evolución experimentada por el concepto mismo de paisaje. Lo que eran políticas de gestión y de salvaguarda de la Naturaleza y del Medio Ambiente se inscriben ahora en la misma dinámica que las políticas de salvaguarda de los valores culturales, históricos y arquitectónicos, especialmente visibles -pero no de manera exclusiva- en los sitios, en los conjuntos y en las ciudades históricas. Ello comporta una visión integrada del Medio Ambiente natural y construido; exige una toma de conciencia por parte de la sociedad sobre la trascendencia cultural de esos valores, sobre su proyección económica y social, sobre su significado testimonial y su valor de referencia colectiva. Sobre la necesidad de protegerlo y de utilizarlo a través de una gestión también integrada. Lo cual, en las prácticas europeas actuales, significa estrategias globales, aproximación multidisciplinar, instrumentos adecuados de planificación urbana y de ordenación del territorio. Organización del espacio, en definitiva: disciplina de la que todavía se habla mucho y se practica poco en los países del área mediterránea.[1]

Es un planteamiento que se inspira en una cultura cada vez más extendida del Medio Ambiente, natural o construido por el hombre, que sintoniza de manera particular con la sensibilidad de la sociedad actual y, en especial, de las nuevas generaciones. Una cultura que insiste de manera particular en la trascendencia de los valores paisajísticos, hasta ahora postergados; cuando no ignorados; en las políticas y en las prácticas citadas. El interés y la preocupación por el paisaje no son privativos de nuestra época, sino que se inscriben en la mejor tradición de la cultura europea. Baste recordar, por ejemplo, la valoración que del paisaje se realizó en momentos tan decisivos para nuestra civilización como el Renacimiento o la Ilustración. Los ilustrados consideraban el paisaje “como un proyecto espacial y cultural, que se inspira tanto en una nueva concepción de la Naturaleza como en el anhelo de un equilibrio social más justo”.

La consideración de espacio natural, de paisaje, no puede limitarse a su mera condición física, sino que es necesario tener en cuenta sus connotaciones culturales y artísticas. Se trata de reivindicar la dimensión cultural del paisaje, su integración en las políticas de medio ambiente, de planificación urbana y de ordenación del territorio.

Podemos distinguir dos grandes tipos de áreas protegidas: aquellas donde la protección se consigue básicamente a través de normas (urbanísticas, forestales, etc.) y cierta vigilancia (protección “pasiva”) y aquellas otras donde se aplican medidas directas de conservación (rehabilitación) y se habla de protección “activa”.

Lo esencial al establecer un área protegida es que la finalidad prioritaria de dicha área sea la conservación de los valores que justificaron su protección. Esto no elude, por ejemplo, que otras actividades que resulten compatibles con la conservación, puedan seguir teniendo lugar en su recinto, pero que siempre serán secundarias y quedarán sometidas a los fines de conservación en caso de conflicto.[2]

[1] Escudero Alonso, T. (1993). La protección del medio rural desde el urbanismo. Sustrai, 31, pp. 26-28.

[2] BALLESTER, J.M. (1993). Patrimonio cultural y paisaje. En: V Jornadas sobre el Paisaje, Segovia: Asociación para el estudio y la Ordenación del Paisaje, pp. 307-310.